domingo, 25 de mayo de 2014

Rechazo



Y a tres kilos de empezar la recta de los 60 kilos… Me invaden una serie de sentimientos algo contradictorios, e incluso ilógicos.


Miro hacia atrás; viendo vídeos varios en donde aparezco, fotos, o simples recuerdos… y lo único que siento es rechazo. Siento asco. Es ver a alguien con sobrepeso por la calle, y lo único que me viene a la cabeza son pensamientos con una pizca de odio incluso; “sigue comiendo sí, que es lo que te hace falta.” Pensé sarcásticamente hace pocos días, al hallarme en un centro comercial y ver a una chica con cierto sobrepeso comiéndose una porción de comida rápida con unas amigas en vía pública. Y la única respuesta medianamente sensata que se me ocurre a todo este rechazo por gente con sobrepeso; es que me recuerdan a mí. Me visualizo en ellas. Visualizo esa desgana, ese conformismo diario que me hacía aferrarme a la idea de que ese era el cuerpo que iba a tener toda mi vida porque es a lo que había estado acostumbrada desde que tenía uso de razón. Visualizo esa sensación de estar hablando y ahogarte, ahogarte porque te falta la respiración y tu corazón se acelera súbitamente ante tal estúpido esfuerzo. Subir escaleras y ahogarte. Andar cinco minutos y ahogarte. Ahogarte continuamente. El cúmulo de grasa que acumuló mi cuerpo durante tantos años era tan desorbitado que incluso sentía ciertos pinchazos cada X meses en el pecho, leves amagos de lo que podría catalogar de… ¿“mini infartos”? ¿Sería una locura darles ese nombre?

Llegas al punto de no salir de casa, porque más allá de esos muros está la realidad; aquella que te recuerda que estás destrozando tu vida día tras día, y sabes que no estás haciendo el más mínimo esfuerzo por ponerle remedio. Recuerdo salir quizás alguna vez al mes con mis amigas (para tampoco hacerles entender que tenía algo contra ellas y no querer explicarles que en el fondo me daba fatiga extrema tener que ser visible para la sociedad), y en vez de disfrutar de la salida, de su compañía, de simplemente pasar un buen rato; estar pensando continuamente en la hora de volver a casa, para encerrarte en tu guarida y comer. Comer y llenar ese vacío diario de sentimientos inexistentes e “inalimentados” internos. Pensar en volver y en comer porque, como ya he dicho, es la única forma de que nadie te juzgue, de seguir engañándote sumergida en esa burbuja de fantasía donde nadie te mirará por encima del hombro, ni te dirá una palabra que no quieres oír… a pesar de que seas consciente de ellas porque te las dices diariamente en tu cabeza al final del día, antes de dormir.




A día de hoy me encuentro a tres kilos de empezar la recta de un peso adecuadamente “normal” para mí, sí… y lejos de abrazar a mi “yo” antiguo, le odio. Le odio por haberse conformado tanto tiempo. Y odio a toda aquella persona que también se conforma, se conforma en vivir su vida de la manera que cree que debe vivirla; y no como quiere y de verdad merece.

Como ya he dicho en alguna ocasión; por favor, NO te conformes. Si hubiera sabido todos los beneficios que conlleva pesar lo que peso ahora… el poder ponerte la ropa que siempre has querido, el no estar pensando continuamente si tu culo entrará en ese asiento público, de empezar a gustarte cómo sales en las fotos, sentirte atractiva, de salir y conocer gente y querer conocerla sin miedo al rechazo, en simplemente sentirte SANA y ligera… no me hubiera planteado ni un segundo en hacer la comida una necesidad diaria básica para subsistir, y no en un eclipse de vida.

1 comentario:

Bradshaw

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